En todos lados...
Caían las gotas en el jardín... todo estaba nublado, hacía frío. La neblina invadía la habitación y se podía escuchar las notas que desprendía el piano de cola en aquel salón. Aquella composión cumplía con el equilibrio del momento, notas frágiles... Cada vez llovía más fuerte sobre el jardín... cada vez había menos visibilidad, pero podía seguir observando tu silueta... delicada... tus curvas... como olas cuando el viento las lleva...
Las gotas salpicaban cerca de la ventana, pero seguías dormida... nada te alejaba de ese profundo sueño. Sólo respirabas muy suave, con tus ojos cerrados, tus manos casi juntas, pero más alejadas. Y tu... en esa posición firme y segura, aunque muy tierna y delicada.
Al bajar las escaleras y entrar al salón donde se encontraba aquella melodía, te vi... estabas de espaldas y tocando el piano con tus dulces manos... se movían con lentitud, pero cada uno de tus dedos continuaba luego del otro. Con tu pie derecho llevabas el ritmo de Somewhere in time... esa fue la canción que tanto te costó aprender, pero que lo hiciste rápido y cuando la aprendiste, me la dedicaste en un concierto en aquél salón.
No quise molestarte... quería que continuaras y que no pararas de tocar. Cerré con cuidado la puerta del salón para no despertarte y caminé lentamente, sin hacer mucho ruido, hacia aquel sofá cerca de la chimenea... donde me esparabas para escucharte tocar el piano. Al sentarme junto a ti, sin hacer mucho ruido, me pasaste tu brazo por mi espalda, y por debajo de mi camisa, comenzaste a rascarme la espalda muy suavemente con tus dedos... te acercaste a mi oido y me preguntaste con un leve susurro si me gustaba mi canción. No te conteste en voz alta para no desconcentrarte, pero sólo con mi mirada te sonreíste y me mostraste una vez más ese brillo en tus ojos, el que desprendes cuando estas felíz.
Al terminar de tocar esa bella canción, suspiraste con gran fuerza... abriste los ojos y te diste cuenta de que seguía lloviendo allá afuera. Te quedaste un rato más acostada en aquella cama, aquella cama que, la noche anterior, fue testigo de un nuevo relato de amor. Bajaste de la misma y decidiste bajar al salón, donde habías dejado de tocar y donde te encontrabas conmigo en el sofá cerca de la chimenea.
Al llegar allí abriste la puerta, estabas buscándome... pero no me viste... sólo había dejado la chimenea prendida. Entraste para aliviar un poco el frío que quizá haya sido una de las razones del por qué dejaste la habitación. Al sentarte en el sofá cerca de la chimenea escuchabas aquella canción que tomamos para nosotros... comenzaba y sonreías... al voltear me viste de espalda en el piano de cola. Sabía que estabas allí escuchándome y eso me hacía más feliz... te la estaba dedicando en ese momento... al fin me la había aprendido para tocartela y era el momento perfecto.
Al terminar la canción me abrazaste por la espalda y me di cuenta de que tus manos ya no estaban frías... me dijiste que te había encantado la canción y me besaste con aquellos labios delicados que sólo eran tuyos... aquellos labios que me habían enamorado, carnosos y exquisitos. Me paré de la silla, tapé el piano y fui al sofá donde me estabas esperando desde que me hiciste cariñitos en la espalda. Al sentarme junto a tí, sólo recostaste tu cabeza en mi hombro, me rodeaste con tus manos y cerraste los ojos. Quedaste dormida en el sofa, conmigo a tu lado.
Justo en ese momento entraste al salón, apagaste la luz para no despertarte y me diste un beso de buenas noches... paró de llover... y quedamos dormidos en el sofa, pero con la alegría de habernos dedicado aquella canción, donde cuenta una historia que dice que tú estás en todos lados, en algún lugar del tiempo.
Cada loco con su peo!
Las gotas salpicaban cerca de la ventana, pero seguías dormida... nada te alejaba de ese profundo sueño. Sólo respirabas muy suave, con tus ojos cerrados, tus manos casi juntas, pero más alejadas. Y tu... en esa posición firme y segura, aunque muy tierna y delicada.
Al bajar las escaleras y entrar al salón donde se encontraba aquella melodía, te vi... estabas de espaldas y tocando el piano con tus dulces manos... se movían con lentitud, pero cada uno de tus dedos continuaba luego del otro. Con tu pie derecho llevabas el ritmo de Somewhere in time... esa fue la canción que tanto te costó aprender, pero que lo hiciste rápido y cuando la aprendiste, me la dedicaste en un concierto en aquél salón.
No quise molestarte... quería que continuaras y que no pararas de tocar. Cerré con cuidado la puerta del salón para no despertarte y caminé lentamente, sin hacer mucho ruido, hacia aquel sofá cerca de la chimenea... donde me esparabas para escucharte tocar el piano. Al sentarme junto a ti, sin hacer mucho ruido, me pasaste tu brazo por mi espalda, y por debajo de mi camisa, comenzaste a rascarme la espalda muy suavemente con tus dedos... te acercaste a mi oido y me preguntaste con un leve susurro si me gustaba mi canción. No te conteste en voz alta para no desconcentrarte, pero sólo con mi mirada te sonreíste y me mostraste una vez más ese brillo en tus ojos, el que desprendes cuando estas felíz.
Al terminar de tocar esa bella canción, suspiraste con gran fuerza... abriste los ojos y te diste cuenta de que seguía lloviendo allá afuera. Te quedaste un rato más acostada en aquella cama, aquella cama que, la noche anterior, fue testigo de un nuevo relato de amor. Bajaste de la misma y decidiste bajar al salón, donde habías dejado de tocar y donde te encontrabas conmigo en el sofá cerca de la chimenea.
Al llegar allí abriste la puerta, estabas buscándome... pero no me viste... sólo había dejado la chimenea prendida. Entraste para aliviar un poco el frío que quizá haya sido una de las razones del por qué dejaste la habitación. Al sentarte en el sofá cerca de la chimenea escuchabas aquella canción que tomamos para nosotros... comenzaba y sonreías... al voltear me viste de espalda en el piano de cola. Sabía que estabas allí escuchándome y eso me hacía más feliz... te la estaba dedicando en ese momento... al fin me la había aprendido para tocartela y era el momento perfecto.
Al terminar la canción me abrazaste por la espalda y me di cuenta de que tus manos ya no estaban frías... me dijiste que te había encantado la canción y me besaste con aquellos labios delicados que sólo eran tuyos... aquellos labios que me habían enamorado, carnosos y exquisitos. Me paré de la silla, tapé el piano y fui al sofá donde me estabas esperando desde que me hiciste cariñitos en la espalda. Al sentarme junto a tí, sólo recostaste tu cabeza en mi hombro, me rodeaste con tus manos y cerraste los ojos. Quedaste dormida en el sofa, conmigo a tu lado.
Justo en ese momento entraste al salón, apagaste la luz para no despertarte y me diste un beso de buenas noches... paró de llover... y quedamos dormidos en el sofa, pero con la alegría de habernos dedicado aquella canción, donde cuenta una historia que dice que tú estás en todos lados, en algún lugar del tiempo.
Cada loco con su peo!
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